A Boconó, de un boconés rajao.


Imagen de Bocono por los años cincuenta del siglo XX

        Por generalidad, casi siempre o siempre, los individuos sienten un apego muy profundo por sus espacios, independientemente de que sean espacios individuales o colectivos, y es así, que el lugar donde se vive, donde se nace, con el cual se tiene conexión profunda, va a ser reconocido como parte de sí mismo, de sus raíces, savia y esencia; de tal manera, así las personas sienten y muestran entonces una relación indisoluble con lugares, algunos naturales, encrespados de campos y montañas, u otros rebosados por doquier de calles, plazas, esquinas y casas, asumiendo su naturaleza de Homo Geograficus u Homo Societae, pero interdependiente en su relación gregaria filial a un estado y sentido de pertenencia hacia su referente. 

       En tal razón, cada quien abrigará sentimientos de sensibilidad, gustos y emociones por ese pedazo o lote de tierra al cual siente pertenecer, y de ahí vendrán también los regionalismos, unos más marcados que otros, en una especie de "egocentrismo del autoestima espacial". 

       Por lo tanto, para cada quien lo suyo será lo mejor, sin colocarlo en tela de juicio y sin necesidad de balanzas para medir el valor de su estima regional; casos sobran, por ejemplo aquí, los maracuchos cuando vociferan pragmáticamente su República Independiente del Zulia, o como absurdamente los caraqueños hablan de que "Caracas es Caracas y lo demás es monte y culebra", con una arrogancia ligera y desteñida; o fuera de nuestras fronteras, las creencias de superioridad de argentinos, cachacos, paisas, costeños, catalanes o andaluces, jalando con firmeza cada uno para su lado; y que bueno, en fin representan particularidades solidarias de un colectivo hacia un espacio definido por cierto imaginario cultural que habita. 

       Ahora bien, intentando deslastrarme de cualquier regionalismo a ultranza, considero tal vez con mi dosis de egoísmo regional, que soy y vengo del pueblo más hermoso en el cual pude haber crecido, y al que por sus pintorescas benevolencias le estoy agradecido de formar parte de su gentilicio: hermoso Boconó, escrito con seis letras sonoras en primiginea lengua cuica, de una raza que gratamente se hizo mestiza, como la Raza Cósmica de Vasconcelos. Seis letras transmutadas en la decisión de ser el Jardín de Venezuela, para encanto nuestro y de todo visitante ajeno que pisa cada una de sus viejas aceras. 

        Claro, es Boconó, pueblo añejo, matizado por todos sus espacios colindantes de una sincronizada policromía de postales gratuitas, entre las canas de los yagrumos y los cantos de las chicharras, que hacen de tu aire y de tu cielo una necesidad de respirar, mirar, vivir y soñar.

       Boconó, continúa sumando años, para que sigas forjando cantos, añoranzas, alegrías y esperanzas dentro de esa gran cofradía que formamos el noble gentilicio boconés donde quiera que estemos...

 

José Urbina Pimentel

30 de mayo de 2023

 

 


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